
Percibo la luz inundando toda mi habitación.
Es algo confuso, esos detalles no debieran ser perceptibles, pero están allí, esperando poder despertar mis sentidos. Acercarme a ellos, alojarlos en el hueco de mi mano, y poco apoco acercarme a ellos. Todo en mis manos, todo tan nítido. Sus colores, su tacto sobre mi piel. Poco a poco la yema de mis dedos se desliza contra la palma de mis deseos.
Respiro, y el aire fresco de la mañana inunda los laberintos de mi interior, como un huracán que barre todo pasado, y ahora, ya no importa nada. Los recuerdos, los miedos, los deseos, los terrores. Ahora la luz me ha devorado, ilumina los ríos de mi vida y los desfiladeros de mis sueños. La luz, la luz y el aire fresco de la mañana me han llevado allí donde no pienso en mi alma perdida.
Aquí, junto a las llanuras de la vida se alzan los montes de mis sueños. Todos repletos de densas arboledas cuajadas de frutos, todos esperando ser recorridos, repletos de eternas promesas.
Y la luz estalla, las yemas de mis dedos recorren la plenitud de mis manos.
Es la luz del día.
Hoy no he oído el despertador y el mundo me espera ahí fuera.
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